La reina de las montañas, la cumbre
entre las cumbres, el Everest es el ocho mil más alto del planeta y la
montaña más conocida en todo el mundo. Hoy en día existe cierta polémica
respecto a esta mediática cima, pues cada primavera se organizan cientos de expediciones para coronarla.
Montañeros experimentados se quejan de la excesiva
explotación comercial que tiene el Everest, algo que provoca su
masificación. Pero dejando a un lado su exceso de tránsito, el Everest sigue
siendo una cumbre fascinante, la más
alta del mundo y la que más pasiones levanta. Con ella llegamos al último ocho
mil y aquí se termina nuestra sección Los
Techos del Mundo, que habíamos dejado en nuestra anterior entrega con el K2.
Un gigante difícil de medir
Ubicado en el Himalaya, haciendo frontera entre China y Nepal, el Everest se
eleva sobre sí mismo hasta llegar a los 8.848
metros de altura. Ninguna otra cumbre en el mundo la supera, así lo indican
los nombres con los que se le conoce a esta montaña en Nepal o en el Tibet: “la frente (o la cabeza) del cielo” y “la madre del universo”, traducido al
español. Fue un topógrafo inglés, Andrew Waugh, quien bautizó la montaña con el
nombre de Everst en 1865
(otorgándole el nombre de un colega suyo). Posteriormente hubo varios intentos
de establecer su altura real, pero transcurrieron
décadas hasta que la montaña fuera medida con exactitud. Así, en el año 2005 un equipo topográfico chino la
escaló y pudo medirla con la máxima precisión, determinando su verdadera
altura.
Primera ascensión y la hazaña de Messner
El clima que rodea al Everest es gélido, con unos vientos terribles que intensifican aún más la sensación de frío extremo. Existen hasta 18 rutas diferentes para escalarla, si
bien algunas no se han escalado por completo aún, y prácticamente nadie lo hace
por rutas diferentes a las dos que suelen seguirse (la suroeste y la noreste).
Las víctimas mortales que se ha cobrado esta montaña indican que resulta más complicado su descenso que
se ascenso. La primera vez que alguien
logró coronarla fue en el año 1953:
lo consiguieron el montañero Edmund
Hillary y el sherpa Tenzing Norgay,
ambos integrantes de una expedición británica de nueve miembros. Fue tal la
expectación que levantó esta hazaña que ambos fueron nombrados caballeros británicos por la reina de Inglaterra.
También merece una mención especial Reinhold
Messner (considerado por muchos el mejor escalador de la historia), que en 1980 consiguió hacer cumbre en el
Everest sin oxígeno y por su ruta noroeste, la más difícil de las
dos que se utilizan. El alpinista italiano invirtió tres días seguidos escalando en solitario desde el campamento base,
situado a 6.500 m. de altura.
La zona de la muerte
Así se conoce al Everest cuando se rebasan los 8.000 metros de
altura, pues sus temperaturas son tan
frías en esta zona que el cuerpo
queda expuesto a congelaciones si no está muy bien protegido. Dosificar el
oxígeno en la zona de la muerte es
vital para la supervivencia, y ascenderla sin ayuda de oxígeno resulta casi una
quimera. La media anual de la temperatura en esta zona ronda los 40 bajo cero,
y en invierno se pueden alcanzar los 60
grados bajo cero.
Fotografía 05: Stefanos Nikologianis
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